NADA
VENCE A LA GRANDEZA
A
ti que infectas y abates,
con
tu ponzoñoso aliento.
Como
nefasto viajero,
que
derriba sin ambages,
a
quien desafía tu acento.
En
tu sinuoso talento
de
vísceras purulentas,
vas
preparando el infierno.
La
muerte en la vida llevas,
en
tu nociva existencia
y
no distingues conciencias,
ni
credos ni pertenencias.
No
respetas al ladrón,
ni
al honrado ni al poeta
y
juegas con el dolor,
como
el viento con la hoguera.
Llevas
veneno en la sangre,
de
tus putrefactas venas,
cuajada
de purulencias.
No
distingues los colores,
ni
los credos ni banderas,
tu
voz cascada y abyecta,
no
frena ante las fronteras,
la
parca es tu compañera.
Más
la vida se revela,
contra
el intruso que intenta,
sus
entrañas arrancar.
No
se rinde en su pesar,
como
el junco no se abate,
ante
el bravío huracán.
En
su corazón se encierra,
la
inconmensurable fuerza,
para
abatir al rival.
El
amor así despierta,
de
su letargo fatal
y
de par en par abiertas,
las
puertas de la bondad,
hace
del valor verdad
y
del héroe su bandera.
Inmensa
la dimensión,
que
del humano se entrega,
dando
de si lo mejor,
para
vencer a la bestia.
Siempre
sale victoriosa,
la
vida sobre el dolor,
que
de puntillas se aleja,
reflejando
su estupor.
Nada
vence a la grandeza,
de
un enorme corazón.
Su
voz potente refleja,
su
verdadera extensión,
que
vence a la más abyecta
y
arrodilla al agresor.
A.L.
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19/03/2020
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